Recorriendo una región remota del altiplano boliviano, cercana al parque nacional Eduardo Avaroa, llegué una tarde del año 2010 a la mina de Capina. El texto siguiente fue escrito en euskera semanas después y lo traduzco ahora al castellano para los amigos de GDL en Bici (publicado el pasado mes de marzo en la revista Ciudad en Bici de Guadalajara, México).
LA LUNA DE BÓRAX
Capina es un conjunto de
edificios, todos pequeños, humildes y austeros, que tienen en las paredes el
mismo color gris de la tierra que les rodea. Es un campamento de mineros
situado en el altiplano frío y seco de Bolivia, a unos 4400 metros de altura. A
unos tres o cuatro kilómetros, en dirección al pueblo de Villamar, hay una
llanura de sal y allí se dirigen todas las mañanas, a extraer bórax, los
aproximadamente 40 mineros que viven y trabajan aquí. Y se dirigen muchos de ellos
con picos porque en Capina se practica la llamada “minería tradicional”. El
bórax será luego llevado en camiones a las instalaciones de Apacheta, junto a
la frontera chilena, y una vez convertido en ácido bórico seguirá su viaje a
los puertos chilenos para ser exportado.
Laguna Blanca. Altiplano boliviano. |
He llegado a Capina por una brecha arenosa hora y media antes de que oscurezca. Un hombre que está sentado a la solana, tan quieto y a gusto como un gato, no se ha sorprendido mucho –tampoco se ha movido mucho- al verme llegar. “Sí, puedes quedarte aquí a pasar la noche, pero estamos completos, no hay ninguna habitación libre, los únicos lugares que te puedo ofrecer son las duchas y el comedor. Si quieres también puedes cenar y desayunar con nosotros …”. Le he dado las gracias y le he dicho que pagaré las comidas. “No, no… no te preocupes por eso…”, y se ha vuelto a recostar en la pared, la cara girada hacia el sol de la tarde, los ojos semicerrados, en la misma posición que tenía unos minutos antes.
Hacia las seis, un poco
antes de que el sol se ponga, han comenzado a llegar los trabajadores. La
mayoría jóvenes pero también algunos que van avanzando en edad. Llevan gorros
sobre la cabeza y visten ropas gruesas y gastadas, solamente los rostros de
piel oscura y las manos quedan al descubierto. Primero se dirigen a sus
pequeños cuartos y luego al comedor, porque los cocineros reparten a esta hora
una bebida caliente y pan. La cena (una sopa de verduras) vendrá después, a las
siete y media.
Los mineros entran al
comedor, se saludan y se dirigen a la
ventanilla de la cocina. Recogen la
bebida oscura y humeante y se sientan en las mesas. Se escuchan retazos de
conversación, murmullos… pero no hay ruido,
el ambiente es recogido. Más de un
minero se me acerca, primero me ofrecen te y pan, luego vienen las preguntas:
de dónde vengo, de dónde soy, ¿no me canso haciendo un camino tan largo?, ¿por
qué ando así?, ¿qué gano?, ¿estoy haciendo alguna investigación?... . Cuando su
curiosidad está satisfecha mis interlocutores se despiden con educación. No es
gente huraña o tímida pero tampoco alargan la plática más allá de lo necesario.
Uno de ellos quiere saber si es verdad que España está llena de gente y que ya
no cabe nadie más. Otro me dice que su hija está en Barcelona, que se fue a
estudiar pedagogía con una beca hace once meses y que dentro de cuatro días
vuelve a Bolivia. Le gustaría, añade, ir a La Paz a darle la bienvenida pero
todavía no sabe si le darán permiso. Barcelona es muy bonita, ha visto las
fotos que su hija ha enviado por internet. Se sorprende mucho cuando escucha
que yo no conozco esa ciudad.
Yo también intento saciar
mi curiosidad. Los mineros son de pueblos diferentes pero la mayoría del
departamento de Potosí (en ese departamento está Capina). Trabajan por turnos,
pasan 28 días aquí y 14 en casa. La mina es privada, los dueños son belgas.
¿Cuánto ganan? No lo sé y no me atrevo a preguntarlo. Sí que sé que el salario
de los maestros y maestras bolivianos es de unos 1200-1800 bolivianos mensuales
(138-208 euros).
Altiplano boliviano. Antes de llegar a Capina |
He escogido el cuarto de
las duchas para dormir. Es pequeño, tiene tres duchas y dos lavabos. El agua
caliente es natural, viene de un manantial termal. “¿Y el baño? ¿Dónde está?-
pregunto. “¡La pampa abierta, ese es
nuestro baño!” --me responde uno
de los trabajadores. El techo del excusado de Capina es infinito y está
adornado con miles de estrellas. Es un lugar muy hermoso. También frío,
terriblemente frío. ¿Hasta dónde bajaran hoy las temperaturas? ¿a 15 grados
bajo cero? ¿a veinte?. Al volver al cuarto de duchas extiendo la esterilla en
el suelo de cemento y me meto al saco de dormir después de ponerme encima todas
las ropas que tengo: dos pares de pantalones, dos camisetas, el suéter de lana
de alpaca, dos forros polares, el chubasquero, el gorro, los calcetines de lana
que me regalaron en Sudáfrica… me cuesta
entrar, estoy tan anudado como una momia, casi no me puedo mover. ¡Ojalá no
pase frío, al menos!
A las seis y media los
trabajadores toman el desayuno y a las siete se dirigen al salar. El sol
todavía no asoma por el borde de la llanura. Yo ya me he levantado también.
Salgo del cuarto de duchas y me alejo unas docenas de metros hacia la pampa
para orinar. El frío atraviesa todas las capas de ropa que llevo encima y me
penetra hasta la médula de los huesos. Las manos me duelen a pesar de los
guantes. Veo a los mineros subir en silencio a los camiones. También ellos
están cubiertos de arriba abajo, solo se les ven los ojos y los labios.
Entro al comedor. Está vacío
pero en la cocina trabajan tres mujeres, hay ollas grandes en los fuegos. Me
sacan una jarra llena de leche y una bandeja con panes. “Es leche con sémola, toma toda la que quieras, hay de sobra”, me
dice una de las mujeres sonriendo. Le calculo unos 35 años. Parece que tiene
ganas de charla, me vuelve a hacer todas las preguntas que ayer respondí a los
mineros y algunas más que a ella se le ocurren: hasta cuándo voy a andar así,
cuándo volveré a casa, si tengo familia…
“¿y no tienes familia propia? ¿por
qué?”. Decido contestar con una
broma. Le digo que estoy buscando mujer, que por eso he venido a Sudamérica. “¡Pues no espere más y llévese una
boliviana! -replica riéndose. Ella es de Sucre y tiene un hijo de seis
años, me explica a continuación. “Su padre
está ahora en España, nos dejó y se fue, creo que encontró otra mujer allí”. Habla con tranquilidad, no parece muy
apenada. “Una tía mía también está allí…
hay muchos bolivianos en España, ¿verdad?... pero… España también se llevó
mucha plata de aquí…”. Cambia de conversación repentinamente, sin darme tiempo
a decir nada, “pero toma, toma tu
desayuno antes de que se enfríe…”.
Villamar |
Antes de dejar Capina he
estado un momento con el responsable de la mina y le he dado las gracias. “No hay por qué, que tenga un buen viaje.
El camino pasa entre aquellas montañas, tiene que atravesar el abra y luego
todo es bajada hasta Villamar…”
La brecha que conduce a
Villamar es apenas un arañazo leve en la tierra, una marca indecisa que pasa
junto al salar de Capina y continua recorriendo el altiplano vacío, buscando la
barrera gris de unas montañas lejanas. El salar es una mancha de nata extendida
en esa tierra inerte. Su superficie no es completamente lisa, tiene pequeñas
arrugas y grumos. El color blanco tampoco es puro, se distinguen en él reflejos
metálicos y grises. Cerca del borde unos trabajadores están perforando esa nata
con picos. Se mueven necesariamente despacio. Ellos también están anudados,
envueltos de cabeza a pies en las gruesas ropas de trabajo. Sobre la superficie
blanca y vestidos así parecen astronautas.
Por el camino se acerca
un jeep con turistas. Van hacia la Laguna Colorada y son seguramente los
primeros de hoy, los más madrugadores. Se paran frente a los mineros y bajan
las ventanillas. Veo las máquinas de fotos. Solo unos pocos segundos. Luego
vuelven a perderse en el camino polvoriento.
El sol trepa poco a poco
por el azul frío del cielo, sus rayos son todavía débiles, apenas calientan.
Con la bicicleta detenida junto al borde del salar, miro un instante a los
astronautas pobres de Bolivia, a los mineros de la luna de bórax. Después hago
un gesto de despedida con la mano y yo también me alejo.